
LA ARGIZAIOLA
La argizaiola es una tabla de madera que se coloca sobre la sepultura de los familiares y lleva enrollada una vela larga y delgada llamada “cerilla”. Las primeras argizaiolas, las tradicionales, eran las llamadas de empuñadura o mango pero, con el tiempo, también se usaron unas mucho más simples, sin talla alguna, con patas. El uso de argizaiolas (desde finales del sXVI) se concentró sobre todo en Gipuzkoa y el norte de Navarra, en el resto de zonas de Euskal Herria se utilizaron las cerillas directamente y las fuesas. Todas ellas con el mismo simbolismo.
Al igual que las estelas discoideas, la forma de la argizaiola inicialmente ha sido antropomórfica, ya que representaba el cuerpo del difunto. El grosor de la mayoría oscila entre los 2 y 4cm y no suele sobrepasar los 50cm de longitud.
La vela se encendía en el funeral del difunto y la argizaiola (portadora del fuego simbólico del hogar) permanecía colocada un año entero sobre la sepultura familiar (jarleku o sepulturie), encendiéndose en las misas. Una vez trascurrido el año, se recordaba al difunto encendiendo la argizaiola determinados días del año (día de Todos los Santos, aniversario…). El uso de la argizaiola siempre recaía en las mujeres, ya que sólo ellas hacían uso del jarleku. En las misas el lugar de los hombres siempre era el piso de arriba (coro).
La vela simboliza el fuego sagrado del hogar en la sepultura que cada casa o familia tiene dentro de la iglesia. El hogar era sagrado, en él ardía el fuego sagrado, símbolo ancestral de la familia. No hay que olvidar que antes de comenzar a enterrarse dentro de las iglesias (s.XIII y XIV), se enterraba en el interior de la casa o en una huerta próxima. Cuando empezaron a enterrar dentro de las iglesias, cada casa tenía su sepultura señalada en el suelo, quedando unidas (casa-sepultura) hasta el punto que si la casa se vendía, se vendía con ella la sepultura. Este jarleku se mantendría incluso tras la creacion de los cementerios, debido a la insalubridad y a la falta de espacio, cuando se entierra ya fuera de las iglesias (fines del s.XVIII).
Este dualismo ancestral casa-fuego encontró rápidamente su correspondencia cristiana con la sepultura-vela. La idea primitiva del fuego, la llama del hogar, se acomoda así al culto cristiano y dentro de la iglesia: las luces que ilumina la argizaiola sobre su jarleku, sirven para iluminar al difunto.
En Euskal Herria, al igual que en muchos otros pueblos, el uso de la luz como culto a los muertos se remonta a épocas prehistóricas. A los muertos hay que agasajarles y proveerles de lo necesario para que se desenvuelvan en su nuevo estado, de no hacerlo correrían el riesgo de convertirse en almas en pena (Animaerratia), los muertos necesitan luz en su otra existencia. Y esto se ha venido haciendo desde siempre mediante incineraciones, ofrendas en forma de luz, pan o animales vivos.